El día que me rompí... y todo siguió en calma
- webmarienfz
- 28 abr
- 3 Min. de lectura
Por Marién Fernández
No fue una caída en la bici.
Tampoco corriendo en el monte ni esquiando. Me rompí bajando la basura.
Sí, leíste bien. Un día después de haber corrido mi primera distancia rumbo al Maratón de la Ciudad de México, me caí en las escaleras de mi casa. Un tropezón tonto. Una fractura de muñeca. Y sin embargo, esta vez fue distinto.No hubo drama. No hubo lágrimas. Solo una certeza: todo iba a estar bien.
Cuando te caes… sin adrenalina
Un paciente, al enterarse, me dijo: “¿Cómo? ¿Tú que eres Ironman? Pensé que te habías roto en una historia épica”. Pero los accidentes no siempre llegan cuando estás desafiando la montaña. A veces ocurren en lo cotidiano, cuando estás distraída, en modo automático.
La realidad fue sencilla: el doctor me dio dos opciones.
Un yeso por dos meses.
Una cirugía que me permitiría moverme antes.
Elegí lo segundo. ¿Por qué? Porque aunque no pueda entrenar al 100%, mi meta sigue en pie. Quiero correr ese maratón. Y más allá del maratón, quiero volver a moverme con libertad.
Aprender paciencia (de la mano de una fractura)
Una amiga me dijo: “Ay, ten paciencia… aunque es lo que menos tenemos los corredores”.Y le respondí algo que me sorprendió a mí misma: “La paciencia es justo lo que más tengo ahora”.
En lugar de frustrarme por no poder entrenar, he encontrado nuevos retos en las tareas más simples: bañarme sola, cocinar, trabajar con una sola mano. Cada pequeño logro es una victoria. Me lo he tomado como un experimento de vida: ¿Cómo es vivir con una sola mano? Quién sabe… quizá hasta me vuelvo ambidiestra.
El dolor como parte del proceso
No te voy a mentir: duele. Desde el momento de la fractura, la operación, y ahora en la rehabilitación. Pero aquí viene lo curioso: el dolor también es una herramienta de crecimiento.
Para recuperar la movilidad de mi mano, tengo que moverla aunque duela. Y sí, al principio, incluso con analgésicos, sentía náuseas. Pero también sé que si quiero volver a usar mi mano con normalidad, este paso es necesario. Me recuerdo cada día: “sin prisa, pero sin pausa”.
Yo siempre lo logro
Cuando le conté al doctor que necesitaba recuperarme rápido para entrenar, me preguntó si ya había hecho maratones antes.“¿Y sí los terminas?”, me dijo. Quizá un poco mareada por el efecto de los medicamentos, le respondí con una sonrisa:“Yo siempre lo logro”.
Y es verdad. Porque en mi cabeza nunca existe la opción de rendirme. Llego a la meta tarde o temprano. Ajusto la estrategia. Me detengo si es necesario. Pero siempre vuelvo. Siempre avanzo.
La actitud lo cambia todo
Hoy me siento orgullosa de cómo estoy enfrentando este obstáculo. Claro que hubiera preferido no romperme. Pero también sé que, por primera vez, estoy dejando que las cosas fluyan. No me estoy estresando .No estoy creando futuros catastróficos en mi cabeza. Solo estoy aquí, presente, haciendo lo que toca, un día a la vez.
Y eso ha hecho que todo, incluso esto, se sienta en calma.
¿Y tú?
Todos pasamos por tropiezos. Algunas caídas duelen más que otras. Algunas nos dejan cicatrices, otras apenas un raspón. Pero lo que sí podemos elegir es cómo las enfrentamos.
Hoy te invito a hacerte esta pregunta:¿Qué actitud estás tomando ante los retos que la vida te presenta? Tal vez, como yo, te des cuenta de que lo más grande del obstáculo… está en cómo lo miras.
Nos vemos en la línea de salida. O en el próximo reto. O simplemente en el día a día… viviendo, avanzando, sanando.

Comments