El poder de las palabras: cómo lo que te dices puede transformar tu bienestar
- webmarienfz
- 2 may
- 3 Min. de lectura
Me porté mal, rompí la dieta.”
“Pequé, me comí un pastel.”
“Mi gusto culposo son las papas a la francesa.”
Seguro alguna vez te has dicho o has escuchado frases como estas. Están tan normalizadas que apenas notamos su peso… pero lo tienen. Cada palabra que usamos para referirnos a la comida —y a nosotras mismas— puede cargar más culpa que conciencia, más juicio que bienestar.

Y aunque parezca una exageración, no lo es. Porque las palabras que elegimos moldean la forma en que pensamos, sentimos y actuamos.
Comida no es pecado: dejar de etiquetar lo que comemos
A diario en consulta escucho a personas etiquetar la comida como “buena” o “mala”, y a su comportamiento como un éxito o un fracaso dependiendo de lo que comieron ese día. Pero aquí va una verdad fundamental:
La comida no tiene moral. No es buena ni mala. Solo nutre más o menos.
Esa carga emocional que le damos a un pedazo de pastel o a una orden de papas puede detonar culpa, ansiedad o incluso atracones. Porque cuando algo se vuelve “prohibido”, lo deseamos más. Y cuando caemos en la tentación, creemos que fallamos. Pero ¿y si simplemente cambiamos el lenguaje?
Decir “ahorita no se me antoja” o “voy a elegir otra cosa porque quiero sentirme con más energía” nos pone en el asiento del conductor. Ya no se trata de culpa, sino de decisión.
El mantra que me cambió (y puede cambiarte a ti también)
Desde que me rompí la muñeca, me repito una frase todos los días: “Soy imparable.”
Puede sonar simple, pero cuando tienes que abrir un tupper con una sola mano —y frustrarte en el intento— esa frase se vuelve un ancla. Me recuerda que sí puedo, que soy más fuerte de lo que creo, que cada pequeña victoria cuenta.
Y entonces me pregunté:
Si una sola frase puede darme fuerza… ¿qué pasa cuando lo que me digo me limita en lugar de impulsarme?
La ciencia lo confirma: cómo nos hablamos sí importa
La psicología y la neurociencia han estudiado esto por años. El llamado autodiálogo (o self-talk) es la conversación que tienes contigo misma todos los días. Y su impacto es profundo:
1. El diálogo interno da forma a nuestras emociones
Si después de equivocarte piensas: “Qué tonta soy”, sentirás vergüenza o tristeza. Pero si dices: “Todos cometemos errores. Aprenderé de esto”, generas tolerancia y autoestima.
2. Usar tu nombre te ayuda a regular emociones
Decir “Marién, puedes con esto” activa partes del cerebro relacionadas con la lógica y la calma. Es como si fueras tu propia coach. Literalmente.
3. Mejora tu rendimiento físico y mental
Los atletas que entrenan su autodiálogo tienen mejor desempeño, menos fatiga percibida y mayor resiliencia. Funciona en carreras, exámenes, entrevistas… y sí, también cuando estás eligiendo qué comer.
4. Cambia tu cerebro
Cada vez que te hablas con compasión, fortaleces los circuitos del bienestar. Sí, la neuroplasticidad es real. Tu cerebro se adapta a lo que practicas.
Así que cada frase que te digas importa. Una crítica constante no solo baja tu ánimo, sino que entrena a tu mente a ver más lo negativo. Por el contrario, la amabilidad consigo misma construye una mente fuerte, resiliente y mucho más compasiva.
¿Y la comida? No es el enemigo, es información
Una de las reflexiones más frecuentes en consulta es esta:
“No tengo chocolates en casa porque si empiezo, no puedo parar.”
Y claro, a veces evitar ciertos estímulos es parte de una estrategia nutricional. Pero también es importante entender que el miedo a un alimento puede darle más poder del que realmente tiene.
Dejemos de hablar de pecados y culpas. No hay alimentos buenos o malos. Hay alimentos que nutren más y otros que nutren menos.Y tú tienes el poder de elegir con conciencia, sin castigos.
Si le pondrías la mejor gasolina a un coche de lujo, ¿por qué no darle a tu cuerpo el mejor combustible —nutritivo, sí, pero también disfrutado—?
En resumen: cámbiate el diálogo
Tu bienestar empieza por cómo te hablas. Las palabras son poderosas. No es trivial decirte “soy fuerte”, “yo puedo”, “voy aprendiendo”. No es superficial evitar frases como “rompí la dieta” o “me porté mal”.Es, de hecho, una forma muy profunda de empezar a cambiar tu relación con la comida… y contigo misma.
Así que la próxima vez que vayas a comer algo, escucha lo que te dices. Y si no te ayuda, cámbialo .Más porras, menos críticas. Porque sí, tú también eres imparable.
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